
Rozó su nuca con los labios, despacio, sintiendo el calor de su cuerpo en el corazón. Dormida, igual que una chiquilla, le parecía un ángel. Se acomodó junto a ella, con el alma gritándole, y la miró con esa ternura que se huele entre los que aman con algo más que locura. Era su princesa, su niña, y sentirla cerca le era tan necesario como respirar. No podía imaginar la vida sin ella.
-Sabes que te amo, ¿verdad?
Ella se revolvió en sueños y una sonrisa brotó de sus labios. Él sonrió también, y con mirada de niño, se tumbó junto a ella y la rodeó con sus brazos.
-Te amo, te amo...
Le susurró al oído, notando cómo su corazón latía más fuerte, sintiendo una emoción que jamás había sentido.Y ahora, allí, acostado junto a ella, junto a aquella niña a la que tantos años sacaba, se daba cuenta de que nunca había vivido de verdad, y que aquella emoción sincera, tan pura que le llenaba los ojos y el corazón de lágrimas, era su aire, su razón, su sentido. Porque sin aquella mujer de cabellos de oro, sin el amor de su vida, estaría muerto.
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