Tendré que enojarme con cada cosa que me recuerde a él, enojarme hasta odiarlo, y odiarlo hasta olvidarme de él.

jueves, 3 de noviembre de 2011


Rozó su nuca con los labios, despacio, sintiendo el calor de su cuerpo en el corazón. Dormida, igual que una chiquilla, le parecía un ángel. Se acomodó junto a ella, con el alma gritándole, y la miró con esa ternura que se huele entre los que aman con algo más que locura. Era su princesa, su niña, y sentirla cerca le era tan necesario como respirar. No podía imaginar la vida sin ella.
-Sabes que te amo, ¿verdad?
Ella se revolvió en sueños y una sonrisa brotó de sus labios. Él sonrió también, y con mirada de niño, se tumbó junto a ella y la rodeó con sus brazos.
-Te amo, te amo...
Le susurró al oído, notando cómo su corazón latía más fuerte, sintiendo una emoción que jamás había sentido.Y ahora, allí, acostado junto a ella, junto a aquella niña a la que tantos años sacaba, se daba cuenta de que nunca había vivido de verdad, y que aquella emoción sincera, tan pura que le llenaba los ojos y el corazón de lágrimas, era su aire, su razón, su sentido. Porque sin aquella mujer de cabellos de oro, sin el amor de su vida, estaría muerto.

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